Etxalar - Hondarribia.

22 Agosto 2008. La mañana nos despertó con lluvias intermitentes. Es el último día, y los ánimos están exaltados. Sólo 45 km nos separan de conseguir nuestra meta. La lluvia no nos enfría y nos ponemos en dirección a Hondarribia ascendiendo las duras rampas hasta el paso fronterizo del Collado de Lizarreta, donde desayunamos en una venta rodeados de todo tipos de recuerdos del país, desde enormes chapelas al típico toro con sevillana.

Estaba acabando la transpirenaica y no había tenido problemas de importancia, pero yo tampoco me podía ir de rositas. Todos los problemas se me juntaron en esta jornada.

En el ascenso a Lizarreta empiezo a notar una deformación en la rueda delantera, lo achacamos a la cámara antipinchazo. Como se podía rodar llegamos hasta el citado collado, y esperando hasta las 10:00, hora a la que abría la venta, la cambiamos. Tranquilamente desayunamos, y por efecto de la lluvia, mis zapatillas, y el tipo de suelo de la venta, bajé a culazos las escaleras del baño. Mucho ruido, pero sólo un pequeño renegrón como consecuencia. (Foto 47: En La Venta Yasola, con el Cantábrico al fondo).
Nada más ponernos en marcha vuelvo a notar la misma deformación en la rueda delantera, y esta vez me doy cuenta de cuál es el verdadero problema, lo que está deformado es la cubierta. Nunca me había pasado, pero los 40 km que nos quedan hasta Hondarribia me hacen apostar por seguir.

Seguimos rodando bajo una fina lluvia, y unos 10 Km más adelante tengo un nuevo reventón, esta vez en la rueda trasera. La situación me está empezando a agobiar. Nos queda una cámara, pero no la encuentro. En pleno collado vacío todas las alforjas, al final, la tenía en la maleta del manillar, para matarme. Recomiendo desde estas líneas el uso de las cámaras anti pinchazo. Un tío de peso como yo, con las alforjas llenas hasta los topes, solo pinché una vez en toda la transpirenaica. Cuando desarmé la rueda saqué cinco pinchos.

Por fin llegamos a la Venta Yasola, que nos reservaba un regalo a la vista. Por primera vez veíamos el cantábrico y la meta de nuestro objetivo, Hondarribia. Sólo nos quedaban 25 Km para llegar, con la incertidumbre de saber si mi rueda delantera aguantaría.
El descenso entre la Venta Yasola y la Venta Zahar es de gran dificultad técnica, más estando el suelo mojado. Para conservar la mecánica, y nuestra integridad física, bajamos caminando a la vez que conversamos con algún que otro francés que nos pregunta por nuestra experiencia. (Foto 48: Marcas del guerrero, bajando de la Venta Yasola).

Pese a todo, vuelvo a pinchar, la rueda delantera estaba destrozada. La intento arreglar con un trozo de cubierta, que Miguel, muy previsor llevaba. La chapuza tuvo el efecto deseado, y aguanto los 20 km que faltaban.

En el collado de Poiriers empieza el último descenso, que no ascenso, de la transpirenaica. En ese mismo momento la lluvia arrecia, y tanto Miguel como yo vamos sin pastillas en los frenos. La última bajada y no la podemos disfrutar. Fueron los peores momentos, pero incluso en las peores condiciones, lo disfrutamos.

Solo nos queda un tramo de carretera, Hendaya, la frontera y Hondarribia. En este último tramo íbamos como autenticas motos vitoreados por ciudadanos anónimos, incluida una conductora de autobús que nos cedió todo un carril, y al adelantarnos pitó y levanto su dedo pulgar en señal de ánimo.

La rueda se me desinflaba poco a poco, pero eran más las fuerzas y ganas de llegar a la playa de Hondarribia que ni paré, por fin, tocábamos el mar.

Nos sacamos las fotos de rigor, casi nos la hace un manco, pero nos dimos cuenta con el tiempo justo de no pedírselo y meterlo en un compromiso. Seguimos ruta hasta el faro del Cabo Iguer, punto final de la travesía.

Joao se iba a quedar dos días en el camping de Hondarribia, que está justo al lado del faro. Colgado sobre el mar, tiene unas vistas espectaculares, y es el lugar ideal para descansar después de una paliza como esta.

Miguel y yo decimos darnos una ducha en el camping. En principio nos pedían 3 euros a cada uno por ello, al final, no sé si porque Joao se quedaba en el camping, o por que les dimos pena nos dejaron hacerlo gratis.

Las duchas eran de las de pulsador, lo que no nos permitió disfrutar como nos gustaría del agua caliente, pero al menos era agua caliente, y por primera vez en más de una semana me sentí limpio. Dejamos todo el equipaje a cargo de Joao, y ya sin peso en las bicicletas fuimos hasta la estación de cercanías de RENFE y desde allí a Donosti (1,35 euros), con la incertidumbre de saber si la furgo estaba en el mismo sitio. (Foto 49: En el Cabo Iguer, fin de la transpirenaica).

Afortunadamente allí estaba. Con ropa limpia y algo más delgados fuimos a por Joao para celebrarlo por todo lo alto en La sociedad de Pescadores de Hondarribia. Pedimos de cenar una sopa de marisco, con mucho pan, almejas a la marinera, con mucho pan, y un rodaballo de 1,200 kg para los tres, con mucho pan, regado todo ello con abundante Txacolí, del que también dio buena cuenta el abstemio portugués. De postre, unos helados por la calle. Todo estaba buenísimo.

Miguel y yo dormimos dentro de la furgoneta, en una explanada junto al camping. Las bicicletas las candamos al lado. A media noche me desperté sobresaltado, alguien estaba haciendo ruido justo al lado. Al final sólo eran un grupo de franceses montando las tiendas de campaña.
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